"Tenemos razones para estar enojados"
Y otras lecciones que he aprendido desde el 11 de septiembre

Roberto Rivera



No caí en la cuenta hasta que vi cómo se derrumbaban las torres. Las noticias que salían de Nueva York y Washington parecían como una pésima pesadilla. Los amigos y colegas de trabajo llamaban constantemente, relatándome los últimos acontecimientos de una historia que me resistía tenazmente a seguir.

Entonces vi derrumbarse las Torres Gemelas. Ahí enloquecí. Por completo. Con esa ira que hace que uno quiera dar puñetazos a diestra y siniestra. Esa ira que concuerda con la camiseta que dice: "Envíenlos a todos al infierno, y que Dios se encargue de acomodarlos."

Pensé en el papel que había jugado el World Trade Center en mi vida. Había trabajado ahí, y aun cuando trabajaba en otro edificio en Lower Manhattan, la estación del Trade Center era donde bajaba del tren "A" todas las mañanas. Compraba mi desayuno - un café en una taza blanca y azul de papel que nunca vi fuera de Nueva York, y una rosquilla con manteca - día tras día, literalmente a la sombra de las Torres Gemelas. Pero esas sombras se han ido - junto con miles de vidas. ¡Así que pueden estar seguros de que esto es algo personal!

Si bien tenemos razones para estar enojados - con las personas que hicieron esto y por la pérdida de vidas - no podemos detenernos aquí. Si no nos llevamos algunas lecciones de los sucesos del martes, si no aprendemos de nuestros errores y adquirimos alguna perspectiva, entonces podremos agregar la futilidad a las heridas causadas por los terroristas.

La primera lección que se destaca es que las creencias y las cosmovisiones tienen importancia. Hay iglesias y sistemas de creencias en Estados Unidos para todos los gustos e inclinaciones. Pero la religión en Estados Unidos es, en su mayor parte, privada y muy maleable. Valoramos tremendamente nuestro pluralismo. Consideramos - en mi opinión, correctamente - que el desorden asociado con el pluralismo es un precio bajo a pagar por la libertad de pensamiento y de acción que permite. Nos hemos vuelto expertos en los compromisos y en partir las diferencias, cosas que son necesarias para que una sociedad pluralista siga funcionando.

Pero, según nos recordaron los sucesos de ayer, no todos piensan como nosotros. Si, como se sospecha, los culpables son extremistas islámicos, los Estados Unidos están enfrentando un adversario con el cual no pueden negociar. No hay diferencias para partir. Estamos enfrentando a un adversario tan seguro de que su causa es justa que está dispuesto a hacer volar un avión contra un edificio. En las secuelas de los ataques se escucharon palabras como "absurdo" y "locos" de una forma que sugería que nuestras mentes no podían hacerse a la idea de que personas perfectamente racionales pudieran interpretar el mundo de una forma tan diferente a nosotros. ¿Y cómo podemos esperar derrotar a un adversario que no hemos comenzado a entender? Está claro: nuestras creencias, así como las de otras personas, nos pueden lastimar.

La otra cosa que necesitamos recordar es que - y disculpen la frase trillada - no existe tal cosa como un almuerzo gratis. Durante las últimas tres décadas, Estados Unidos ha estado cosechando los beneficios de la globalización, particularmente una mayor prosperidad. Ahora, algunos de los costos se están manifestando: la movilidad que permitió a los terroristas ingresar al país y la tecnología de comunicaciones, especialmente la Internet, que aparentemente les permitió planear el ataque. Tal vez han oído expresiones como "aldea global" y "el mundo se está achicando". Antes de ayer, los estadounidenses no conocían el lado negativo de estas ideas. La buena noticia es que podemos estar en cualquier parte del mundo en menos de un día. La mala noticia es que cualquier persona del mundo puede estar aquí al mismo tiempo.

Y esto significa que los estadounidenses, que valoran la comodidad por sobre casi todas las cosas, van a tener que aprender a vivir con más incomodidad. Para citar un pequeño ejemplo, en tanto que los europeos están acostumbrados a llegar varias horas antes de la partida debido a los requisitos de seguridad, los estadounidenses se han especializado en llegar al aeropuerto justo antes del despegue. My única predicción es que esta práctica, junto con la registración de vuelos al pie de los autos, pronto será una cosa del pasado, y las aerolíneas seguirán el ejemplo de El Al, la línea aérea nacional de Israel. Y si la idea de una mayor seguridad en los aeropuertos le fastidia, bueno, me he hecho entender: podemos estar tan acostumbrados a ese almuerzo gratis que no estamos preparados para pagar siquiera un precio fuertemente subsidiado.

Pero aun en medio del sufrimiento y la maldad, sigue habiendo esperanza. No está basada en nuestra confianza en que podamos atrapar y castigar a los perpetradores, o en que podamos aceptar el reto. No, nuestra esperanza no está basada en ninguna cosa que hacen los hombres. Está basada en lo que sabemos de Dios y de su bondad. Ahora bien, la bondad de Dios puede ser un tema impropio y cruel para plantear en este momento. Hay miles de personas muertas. Pero, ¿quién tiene la culpa? El hombre, no Dios.

Nos cuesta recordar la distinción. Nos gusta atribuir a Dios la responsabilidad de las acciones del hombre. Llamamos a los sucesos como el de ayer "tragedias". Pero no lo son. Cuando un niño es golpeado accidentalmente por un auto, es una tragedia. Cuando un auto atropella deliberadamente al niño, es un asesinato, un acto cuyo autor es humano. Culpar a Dios por lo que ocurrió ayer, mientras nos aferramos al mismo tiempo a la libertad de acción, es un intento de tener ambas cosas a la vez.

La frase que viene a mi miente en un día como ayer es "véngase tu reino". Tengo esperanzas precisamente porque el reino que anhelo no se parece en nada a lo que vemos alrededor de nosotros. Es un reino cuyo rey sufrió por otros, y que perdonó a quienes lo trataron injustamente. Es un reino a cuyos súbditos se les pide que sufran injusticia antes de cometerla. Es un reino cuyo perfil uno puede ver cada vez que un hombre demuestra la aplicabilidad de la frase romana homo homini lupus, el hombre es un lobo para sus prójimos.

Lo vemos porque algo dentro de nosotros sabe que no fuimos hechos para que seamos presa unos de los otros. Algo está terriblemente mal. Sin embargo, los cristianos saben que un día las cosas serán corregidas. Y esta corrección comenzó cuando Dios decidió que la única respuesta al lobo que está en cada uno de nosotros era un cordero - un cordero que dio su vida, no sólo por Broadway, sino por los que lo bombardearon también. Véngase tu Reino.

Copyright (c) 2001 Roberto Rivera. Todos los derechos reservados. Copyright internacional asegurado. "The Lamb Lays Down for Broadway" ha sido reimpreso con permiso de Roberto Rivera y Boundless webzine (www.boundless.org).

Traducción: Alejandro Field


Copyright © 2001 Roberto Rivera. Todos los derechos reservados. Copyright internacional asegurado. "The Lamb Lays Down for Broadway" ha sido reimpreso con permiso de Roberto Rivera y Boundless webzine (www.boundless.org).