Apocalipsis: Trasfondo histórico

R. A. Taylor


Ross A Taylor nació en 1955 en Inglaterra. Es soltero y vive en Inglaterra aproximadamente unos 5 meses al año. Tiene un título en Física de la Universidad de York (1973-1976), seguido por tres años de estudios de postgrado en combustión de petróleo combustible pesado. Trabaja como ingeniero de software y de procesos en la industria del cemento, viajando por el mundo 7 meses al año. Ha trabajado en 20 países. La mayor parte del comentario sobre Apocalipsis fue escrito cuando estaba en el exterior, especialmente en Corea del Sur. Como resultado de su trabajo, visitó la India y coleccionó pinturas en miniatura indias y comenzó a apoyar una escuela bíblica en ese país. Se convirtió bajo el ministerio de David Watson, en 1973, mientras estaba en la universidad., y es de orientación básicamente carismática (grupos caseros) aunque más conservador teológicamente. Entre sus pasatiempos e intereses se encuentran: Internet, la Biblia, temas cristianos actuales (creación, ex homosexuales), fotografía (vea sus fotografías de viajes a Bali y EE.UU.) y cálculos actuariales. Tiene una excelente colección de sellos victorianos. 



8. Trasfondo histórico


Hailey da un excelente relato del trasfondo histórico. Caird enumera los eventos específicos a continuación:

60 d.C Terremotos
62 Derrota del ejército romano por los partos vologueses en la frontera este
64 Persecución de los cristianos por Nerón seguido del incendio de Roma
68 Suicidio de Nerón
70 Guerra de cuatro años entre judíos y romanos finalizando con Jerusalén en ruinas
79 Erupción del Vesubio
92 Serio hambre de granos
81-96 Reino de Domiciano; instituye la adoración del emperador
95 Escritura de Apocalipsis

Emperadores romanos:

a.C. 48-44 Julio César
a.C 31- d.C. 14 Octavio (Augusto)
d.C.14-37 Tiberio
37-41 Calígula
41-54 Claudio
54-68 Nerón
68-69 Galba, Oto, Vitelio
69-79 Vespasiano
79-81 Tito
81-96 Domiciano
96-98 Nerva
98-117 Trajano
117-138 Aelio Adriano
138-161 Antonio Pío
161-180 Marco Aurelio
180-192 Cómodo
193-211 Septimio Severo
211-217 Caracalo
217-222 Heliogóbulo
222-235 Alejandro
235-238 Maximinio
249-251 Decius
253-260 Valeriano
253-268 Galieno
284-305 Diocleciano
313- Constantino

La primera ola de persecución golpeó a la iglesia primitiva empezando con el martirio de Esteban (Hechos 8:1-4). Esto tuvo dos efectos: dispersar a la iglesia para que diseminara el evangelio desde Jerusalén a las regiones circundantes de Judea y Samaria, cumpliendo de esta forma la primera parte de la gran comisión (Hechos 1:8), además de alejar a la mayoría del pueblo de Dios de Jerusalén y de su derrota en manos de los romanos en 70 d.C.

La segunda ola de persecución ocurrió mucho más tarde durante el reinado de Nerón (d.C. 54-68) luego del gran incendio de Roma por el que fueron acusados los cristianos. Tradicionalmente se supone que tanto Pablo como Pedro sufrieron el martirio durante este período. Esto comenzó la primera de diez olas de persecución contra los cristianos durante el período del Imperio Romano hasta Constantino en d.C. 314.

Barclay da un relato detallado del trasfondo histórico. Al comentar acerca de la fecha en que fue escrito Apocalipsis, Barclay da los siguientes detalles.

Está el relato que nos da la tradición. La tradición consistente es que Juan fue desterrado a Patmos en el tiempo de Domiciano; que vio sus visiones allí; al morir Domiciano fue liberado y volvió a Éfeso; y allí puso por escrito las visiones que había tenido. Victorino, quien escribió cerca del final del tercer siglo d.C., dice en su comentario sobre Apocalipsis: "Juan, cuando vio estas cosas, estaba en la isla de Patmos, condenado a las minas por Domiciano, el Emperador. Allí, por lo tanto, vio la revelación... Cuando luego fue liberado de las minas, entregó su revelación que había recibido de Dios." Jerónimo es todavía más detallado: "En el año catorce después de la persecución de Nerón, Juan fue desterrado a la isla de Patmos, y allí escribió el Apocalipsis... Al morir Domiciano, y ante la revocación de sus actos por el senado, debido a su crueldad excesiva, volvió a Éfeso cuando Nerva era el emperador." Eusebio dice: "El apóstol y evangelista Juan relató estas cosas a las Iglesias, cuando había vuelto del exilio en la isla, después de la muerte de Domiciano." La tradición da por cierto que Juan vio sus visiones en el exilio en Patmos; lo único que es dudoso - y que no tiene importancia - es si las escribió durante el tiempo de su destierro o cuando volvió a Éfeso. Basados en esta evidencia no estaremos equivocados si fechamos al Apocalipsis alrededor de 95 d.C.

La segunda línea de evidencia está en el material del libro. Hay una actitud completamente nueva hacia Roma y el Imperio Romano. En Hechos el tribunal del magistrado romano era a menudo el refugio más seguro para los misioneros cristianos contra el odio de los judíos y la furia de la turba. Pablo estaba orgulloso de ser un ciudadano romano y vez tras vez reclamó sus derechos a los que cada ciudadano romano tenía derecho. En Filipos puso a los magistrados locales contra la pared al revelar su ciudadanía (Hechos 16:36-40). En Corinto, Galio desestimó las quejas contra él con una justicia romana imparcial (Hechos 18:1-17). En Éfeso, las autoridades romanas tuvieron cuidado de su seguridad contra la turba alborotada (Hechos 19:13-41). En Jerusalén, el tribuno romano lo rescató de lo que podría haberse convertido en un linchamiento (Hechos 21:30-40). Cuando el tribuno romano en Jerusalén oyó que había habido una amenaza sobre la vida de Pablo en camino a Cesarea, tomó todos los recaudos posibles para asegurarse de su seguridad (Hechos 23:12-31). Cuando Pablo desesperaba de la justicia en Palestina, ejerció su derecho como ciudadano y apeló directamente al César (Hechos 25:10-11). Cuando escribió a los Romanos, los instó a la obediencia a los poderes constituidos, porque estaban ordenados por Dios y eran un terror sólo para los malos y no para los buenos (Rom. 13:1-7). El consejo de Pedro es exactamente el mismo. Los gobernadores y reyes deben ser obedecidos, porque su tarea les es dada por Dios. Es un deber del cristiano temer a Dios y honrar al emperador (1 Pedro 2:12-17). Al escribir a los Tesalonicenses, es probable que Pablo señala el poder de Roma como el elemento crucial que está controlando el caos amenazador del mundo (2 Tes. 2:7).

En el Apocalipsis no hay nada más que un odio enardecido hacia Roma. Roma es una Babilonia, la madre de las prostitutas, ebria con la sangre de los santos y los mártires (17:5-6). Juan espera nada menos que su destrucción total.

La explicación de este cambio de actitud está en el amplio desarrollo de la adoración del César, la cual, con su persecución, es el trasfondo del Apocalipsis.

Para el tiempo de Apocalipsis la adoración del César era la única religión que cubría todo el Imperio Romano; y fue debido a su rechazo a conformar a sus demandas que los cristianos fueron perseguidos y muertos. Su esencia era que el Emperador Romano reinante, encarnando el espíritu de Roma, era divino. Una vez al año, todo el mundo en el Imperio tenía que aparecer antes los magistrados para quemar una pizca de incienso para la divinidad del César y decir: "César es Señor". Después de haber hecho esto, el hombre podía irse para adorar a cualquier dios o diosa que quisiera, en tanto y en cuanto esa adoración no infringiera la decencia o el buen orden; pero él debía pasar por esta ceremonia en la que reconocía la divinidad del Emperador.

La razón era muy simple. Roma tenía un imperio vasto y heterogéneo, extendiéndose desde un extremo del mundo conocido hasta el otro. Tenía en él muchas lenguas, razas y tradiciones. El problema era cómo soldar esta masa variada en una unidad auto consciente. No había ninguna fuerza unificadora como la religión común, pero ninguna de las religiones nacionales podrían en forma concebible volverse universal. La adoración del César sí podría. Era este acto y creencia en común que convirtió al imperio en una unidad. Rehusarse a quemar una pizca de incienso y decir "César es Señor" no era un acto de falta de religión; era un acto de deslealtad política. Esta es la razón por la que los romanos trataban con la máxima severidad al hombre que no quisiera decir, "César es Señor". Y ningún cristiano podría darle el título de Señor a nadie que no fuera Jesucristo. Esto era el centro de su credo.

Debemos ver cómo la adoración al César se desarrolló y cómo estaba en su apogeo cuando fue escrito Apocalipsis. Un hecho básico debe ser notado. La adoración del César no era impuesta a la gente desde arriba. Surgió de la gente; hasta podría decirse que surgió a pesar de los esfuerzos de los primeros emperadores por detenerla o, al menos, de limitarla. Y debe ser notado que de toda la gente en el Imperio, sólo los judíos estaban exentos de hacerlo.

La adoración del César comenzó como un arrebato espontáneo de gratitud hacia Roma. La gente de las provincias sabían bien lo que le debían a Roma. La justicia imparcial romana había reemplazado la opresión caprichosa y tiránica. La seguridad había tomado el lugar de la inseguridad. Los grandes caminos romanos abarcaban el mundo; y los caminos estaban a salvo de bandidos, y los mares de piratas. La pax romana era la cosa más grande que hubiera pasado jamás al mundo antiguo. Como lo expresó Virgilio, Roma sentía que su destino era "tener piedad de los caídos y derribar a los orgullosos." La vida tenía un nuevo orden en ella. E. J. Goodspeed escribe: "Esta era la pax romana. El provinciano bajo la influencia romana se encontró en posición de conducir sus negocios, proveer para sus familias, enviar sus cartas y hacer sus viajes en seguridad, gracias a la mano fuerte de Roma."

La adoración del César no comenzó con la deificación del Emperador. Comenzó con la deificación de Roma. El espíritu del Imperio fue deificado bajo el nombre de la diosa Roma. Roma representaba todo el poder fuerte y benévolo del Imperio. El primer templo a Roma fue erigido en Esmirna tan atrás como 195 a.C. No fue un paso muy grande pensar en el espíritu de roma como encarnado en un hombre, el Emperador. Esta adoración del Emperador comenzó con la adoración de Julio César después de su muerte. En 29 a.C. el Emperador Augusto otorgó a las provincias de Asia y Bitinia un permiso para erigir templos en Éfeso y Nicea para la adoración conjunta de la diosa Roma y el deificado Julio César. En estos santuarios a los ciudadanos romanos se los alentaba y hasta exhortaba a la adoración. Luego se dio otro paso. A los provincianos que no eran ciudadanos romanos Augusto les dio permiso para erigir templos en Pérgamo, en Asia, y en Nicomedia, en Bitinia, para la adoración de Roma y él mismo. Al principio, la adoración del Emperador reinante fue considerada como algo permisible para los provincianos no ciudadanos, pero no para aquellos que tenían la dignidad de la ciudadanía.

Hubo un desarrollo inevitable. Es humano adorar a un dios que puede ser visto antes que a un espíritu. Gradualmente los hombres comenzaron a adorar más y más al Emperador antes que a la diosa Roma. Todavía requería un permiso especial del senado para erigir un templo al Emperador viviente, pero para mediados del primer siglo ese permiso era dado cada vez más libremente. La adoración del César se estaba convirtiendo en la religión universal del Imperio Romano. Se desarrolló un sacerdocio y la adoración se organizó en presbiterios cuyos oficiales eran mantenidos en el más alto honor.

Nunca hubo la intención de que esta adoración borrara a las otras religiones. Roma era esencialmente tolerante. Un hombre podría adorar al César y a su propio dios. Pero, más y más, la adoración del César se convirtió en una prueba de lealtad política; se convirtió, como se dijo, en el reconocimiento del dominio del César sobre la vida y el alma e un hombre. Tracemos, entonces, el desarrollo de esta adoración hasta, y un poco después de que se escribiera el Apocalipsis.

i. Augusto, quien murió en 14 d.C., permitió la adoración de Julio César, su gran antecesor. Permitió que los no ciudadanos en las provincias adoraran, pero no les permitió a los ciudadanos hacerlo; y no hizo ningún intento de imponer esta adoración.

ii. Tiberio (14-37 d.C.) no pudo detener la adoración del César. Prohibió que se construyeran los templos y que se designaran sacerdotes para su propia adoración; y en una carta a Gython, una ciudad de Laconia, se rehusó definitivamente a recibir honores divinos. En lo referente a imponer la adoración del César, él la desalentó activamente.

iii. Calígula (37-41), el próximo Emperador, era un epiléptico, un loco y un megalómano. Insistía en tener honores divinos. Intentó imponer la adoración del César aun a los judíos quienes siempre fueron y siempre permanecieron exentos de hacerlo. Tenía planeado colocar su propia imagen en el Lugar Santísimo en el Templo de Jerusalén, un paso que con seguridad hubiera provocado una rebelión inquebrantable. Misericordiosamente, él murió antes que pudiera llevar a cabo sus planes. Pero en su reinado tenemos un episodio cuando la adoración del César se volvió una demanda imperial.

iv. A Calígula lo sucedió Claudio (41-54) quien revirtió por completo esta política insana. Él escribió al gobernador de Egipto - había un millón de judíos en Alejandría - aprobando por completo la negativa de los judíos a llamar dios al Emperador y dándoles completa libertad para disfrutar de su propia adoración. Al ascender a su trono, escribió a Alejandría diciendo: "Desapruebo la designación de un Sumo Sacerdote para mí y la erección de templos, porque no quiero ser ofensivo para mis contemporáneos, y sostengo que los lugares sagrados y cosas similares han sido atribuidos desde siempre a los dioses inmortales como honores peculiares."

v. Nerón (54-58) no tomó en serio su propia divinidad y no hizo nada para insistir en la adoración del César. Es cierto que persiguió a los cristianos, pero esto no fue porque no lo querían adorar sino porque tenía que encontrar chivos expiatorios para el gran incendio de Roma.

vi. Al morir Nerón hubo tres emperadores en dieciocho meses - Galba, Oto y Vitelio - y en ese tiempo de caos el asunto de la adoración del César no surgió.

vii. Los siguientes dos emperadores, Vespasiano (69-79) y Tito (79-81) fueron gobernantes sabios, quienes no insistieron en la adoración del César.

viii.La llegada de Domiciano (81-96) trajo un cambio completo. Él era el demonio. Era el peor de todas las cosas - un perseguidor de sangre fría. Con la excepción de Calígula, él fue el primer emperador en tomarse su divinidad en serio y exigir la adoración del César. La diferencia era que Calígula era un demonio insano; Domiciano era un demonio sano, lo cual era mucho más aterrador. Erigió un monumento al "Tito deificado, hijo del Vespasiano deificado." Comenzó una campaña de persecución encarnizada contra todos los que no quisieran adorar a los antiguos dioses - "los ateos", como él los llamaba. En particular, lanzó su odio contra los judíos y los cristianos. Cuando llegaba al teatro con su emperatriz, a las multitudes se las instaba a gritar, "¡Viva nuestro Señor y su Señora!" El actuaba como si él mismo fuera un dios. Informó a todos los gobernadores provinciales que los anuncios del gobierno y las proclamas deberían comenzar: "Nuestro Señor y Dios Domiciano ordena..." Todos los que se dirigían a él en palabra o por escrito deberían comenzar: "Señor y Dios."

¿Qué debían hacer los cristianos? ¿Qué esperanza tenían? No tenían muchos sabios ni poderosos. No tenían ninguna influencia ni prestigio. Contra ellos se había levantado el poder de Roma que ninguna nación había resistido jamás. Estaban enfrentados con la elección: César o Cristo. Era para alentar a los hombres en tales tiempos que Apocalipsis fue escrito. Juan no cerró sus ojos a los terrores; él vio cosas terribles y vio más cosas terribles en camino; pero más allá vio la gloria para aquellos que desafiaban a César por amor a Cristo. El Apocalipsis viene de una de las eras más heroicas en toda la historia de la Iglesia Cristiana. Es cierto que el sucesor de Domiciano, Nerva (96-98) revocó las leyes salvajes; pero el daño había sido hecho, los cristianos estaban fuera de la ley y el Apocalipsis es un llamado de clarín para ser fieles hasta la muerte a fin de ganar la corona de vida.

Hailey traza los reinados de emperadores y los tiempos (olas) de persecución desde Nerón (54-68) hasta Diocleciano (284-305) y que terminaron con Constantino I en 313.


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