Phillip Johnson has been a professor of law at the University of California, Berkeley, for 26 years. He received his B.A. from Harvard and his J.D. from the University of Chicago. Johnson is the author of Darwin on Trial, a work which contends theories of evolution are based on philosophical naturalism. Since the writing of his book, Johnson has spoken and debated extensively with experts on the issue.
Hay un juego popular en la televisión llamado "Jeopardy" (Peligro) en el que el orden habitual de las cosas es dado vuelta: a los concursantes se les da la respuesta y se les pide que ellos provean la pregunta. Este formato sugiere un punto de vista que se puede aplicar a las leyes, a la ciencia y, de hecho, a prácticamente todo. Lo importante no es necesariamente conocer todas las respuestas sino, más bien, saber cuál es la pregunta que se está haciendo.
Esa perspectiva es el punto de partida para mi investigación sobre la evolución darwiniana y su relación con la creación, porque el darwinismo es la respuesta a dos preguntas muy diferentes. Primero, la teoría darwiniana nos dice cómo puede desarrollarse una cierta cantidad de diversidad en las formas vivas una vez que tenemos varios tipos de organismos vivos complejos ya en existencia. Si una pequeña población de aves fuera a migrar a una isla aislada, por ejemplo, una combinación de cruzamiento interno, mutaciones y selección natural puede hacer que la población aislada desarrolle características distintas de las que posee la población original en el continente. Cuando se entiende la teoría en este sentido limitado, la evolución darwiniana no es polémica y no tiene ninguna implicación filosófica o teológica importante.
Sin embargo, los biólogos evolucionistas no se conforman simplemente con explicar cómo la variación ocurre dentro de límites. Ellos aspiran a contestar una pregunta mucho más amplia: vale decir, cómo los organismos complejos como las aves, las flores y los seres humanos llegaron a existir en primer lugar. La respuesta darwiniana a esta segunda pregunta es que la fuerza creativa que produjo las plantas complejas y los animales a partir de predecesores unicelulares a través de períodos largos de tiempo geológico es esencialmente la misma que el mecanismo que produce variaciones en las flores, los insectos y los animales domésticos frente a nuestros ojos. En palabras de Ernst Mayr, el decano de los darwinistas vivos, "la evolución trans-específica (es decir, la macroevolución) no es más que una extrapolación y magnificación de los eventos que tienen lugar dentro de las poblaciones de las especies". La evolución neo-darwinista, en este sentido amplio, es una doctrina filosófica con tan poco apoyo empírico que el sucesor de Mayr en Harvard, Stephen Jay Gould, una vez lo declaró "muerto de hecho" en un momento de imprudencia. Pero el neo-darwinismo está lejos de muerto; al contrario, es proclamado continuamente en los libros de textos y en los medios como un hecho indiscutible. ¿Cómo puede ser que tantos científicos e intelectuales que se precian de su empiricismo y apertura mental siguen aceptando una teoría no empírica como un hecho científico?
La respuesta a esa pregunta está en la definición de cinco términos clave. Los términos son creacionismo, evolución, ciencia, religión y verdad. Una vez que entendamos cómo son usadas estas palabras en el discurso evolucionista, el predominio continuo del neo-darwinismo no será ningún misterio y ya no tenemos que ser engañados por afirmaciones de que la teoría está apoyada por "una evidencia apabullante." Debo advertirle de entrada, sin embargo, que usar palabras por cierto no es la actividad pacífica e inocente que muchos de nosotros tal vez hayamos pensado que es. Hay intereses poderosos involucrados que sólo pueden prosperar en medio de la ambigüedad y la confusión. Aquellos que insisten en definir los términos con precisión y que los usan en forma consistente pueden encontrar que son mirados con sospecha y hostilidad y aun pueden ser acusados de ser enemigos de la ciencia. Pero aceptemos ese riesgo y vayamos a las definiciones.
La primer palabra es creacionismo, que simplemente significa creer en la creación. En el uso darwinista, que es el que domina no sólo la literatura científica popular y profesional sino también los medios, un creacionista es una persona que toma el relato de la creación del Libro de Génesis como verdadero en un sentido muy literal. La tierra fue creada en una sola semana de días de 24 horas hace no más de 10.000 años; los principales rasgos geológicos fueron producidos por el diluvio de Noé; y no han habido mayores innovaciones en las formas vivas desde el principio. Es un aspecto importante de la propaganda darwinista que las únicas personas que tienen alguna duda acerca del darwinismo son los creacionistas de la tierra joven de este tipo, quienes siempre son retratados como rechazando la evidencia clara y convincente de la ciencia a fin de preservar un prejuicio religioso. La implicación es que los ciudadanos de la sociedad moderna están enfrentados con una opción que no es tal. O rechazan la ciencia completamente y retroceden hacia una cosmovisión pre-moderna, o creen todo lo que los darwinistas les dicen.
En un sentido más amplio, sin embargo, un creacionista es simplemente una persona que cree en la existencia de un creador, quien trajo a la existencia al mundo y sus habitantes vivos de acuerdo con un propósito. Ya sea que el proceso de creación haya llevado una sola semana o miles de millones de años tiene relativamente poca importancia desde un punto de vista filosófico o teológico. La creación por medio de procesos graduales a través de las eras geológicas puede traer problemas para la interpretación bíblica pero no crea ninguno para el principio básico de la religión teísta. Y la creación en este sentido amplio, de acuerdo con una encuesta Gallup de 1991, es la creencia de 87% de los americanos. Si Dios nos trajo a la existencia con un propósito, entonces el tipo de conocimiento más importante es conocer acerca de Dios y qué es lo que Él pretende de nosotros. ¿Es la creación en este sentido amplio consistente con la evolución?
La respuesta es definitivamente no, cuando la "evolución" se entiende en el sentido darwiniano. Para los darwinistas, la evolución significa evolución naturalista, porque insisten que la ciencia debe suponer que el cosmos es un sistema cerrado de causas y efectos materiales, los que nunca pueden ser influidos por nada que esté fuera de la naturaleza - por Dios, por ejemplo. En el comienzo, una explosión de materia creó el cosmos y la evolución naturalista y no dirigida produjo todo lo que vino después. Desde este punto de vista filosófico se deduce que desde el principio no hubo ningún propósito inteligente que guiara la evolución. Si la inteligencia existe hoy, es sólo porque ha evolucionado ella misma a través de procesos materialistas sin propósito.
Una teoría materialista de la evolución debe invocar inherentemente dos procesos. En el fondo la teoría debe estar basada en el azar, porque eso es todo lo que queda luego de que hayamos descartado todo lo que involucre inteligencia o propósito. Sin embargo, las teorías que sólo invocan al azar no son creíbles. Algo que todo el mundo reconoce es que los organismos vivos son enormemente complejos, mucho más que, digamos, una computadora o un avión. Que estas entidades complejas hayan venido a existir sólo por casualidad es claramente menos creíble que considerar que fueron diseñados y construidos por un creador. A fin de respaldar su afirmación de que el diseño inteligente es una ilusión, los darwinistas necesitan proveer alguna fuerza constructora de la complejidad que no tenga mente ni propósito. La selección natural es por lejos el candidato más plausible.
Si suponemos que las mutaciones aleatorias genéticas proveyeron la nueva información genética necesaria, por ejemplo, para darle a un mamífero pequeño un empujón hacia la posibilidad de tener alas, y si suponemos que cada paso en el proceso de construir las alas le dio a las criaturas una posibilidad adicional de supervivencia, entonces la selección natural se encargó de asegurarse que las criaturas favorecidas pudieran proliferar y reproducirse. Sigue como consecuencia lógica que las alas pueden aparecer - y lo van a hacer - como si fuera el plan de un diseñador. Por supuesto, si las alas y otras mejoras no aparecen, la teoría explica su ausencia tan bien como su existencia. Las mutaciones necesarias no llegaron, o las "limitaciones de desarrollo" evitaron ciertas posibilidades, o la selección natural prefirió otra cosa. No existe ningún requerimiento de que alguna de estas especulaciones estén respaldadas por evidencia experimental ni de los fósiles. Para los darwinistas, el sólo hecho de poder imaginar el proceso es suficiente para confirmar que algo del tipo imaginado debe haber ocurrido.
Richard Dawkins llama a este proceso de creación por mutación y selección "el relojero ciego", y con este rótulo quiere decir que una fuerza diseñadora materialista y sin propósito sustituye a la deidad "relojera" de la teología natural. El poder creativo del relojero ciego está apoyado sólo por evidencia muy escasa, como el famoso ejemplo de una población de polillas en la que el porcentaje de polillas oscuras aumentó durante un período en que los pájaros podían ver mejor las polillas claras contra un fondo de árboles oscurecidos por el humo. Esto puede ser tomado para mostrar que la selección natural puede hacer algo, pero no que puede crear algo que no estuviera ya en existencia. Aun este tipo de evidencia escasa es más que suficiente, sin embargo, porque la evidencia no es realmente necesaria para probar algo que es prácticamente evidente por sí mismo. La existencia de un relojero ciego poderoso se deduce de la premisa filosófica de que la naturaleza tiene que realizar su propia creación. Pueden discutirse los detalles, pero si Dios no estuvo en el cuadro algo muy parecido al darwinismo simplemente tiene que ser cierto, sin que importe la evidencia.
Esto me trae a mi tercer término: ciencia. Ya hemos visto que los darwinistas presuponen como un asunto de primer principio que la historia del cosmos y de sus formas vivas puede explicarse completamente mediante principios naturalistas. Esto refleja una doctrina filosófica llamada naturalismo científico que se dice es una consecuencia necesaria de las limitaciones inherentes de la ciencia. Lo que el naturalismo científico hace, sin embargo, es transformar las limitaciones de la ciencia en limitaciones de la realidad, en su interés por maximizar el poder explicativo de la ciencia y de sus practicantes. Es enteramente posible, por supuesto, estudiar organismos científicamente con la premisa que todos fueron creados por Dios, de la misma forma en que los científicos estudian los aviones y aún las obras de arte sin negar que estos objetos han sido diseñados inteligentemente. El problema con permitirle a Dios un papel en la historia de la vida no es que la ciencia dejaría de existir, sino más bien que los científicos tendrían que reconocer la existencia de algo importante que está afuera de las fronteras de la ciencia natural. Para los científicos que quieren poder explicar todo - y las "teorías de todo" están siendo anticipadas abiertamente en la literatura científica - esta es una posibilidad intolerable.
El segundo rasgo del naturalismo científico que es importante para nuestro propósito es el conjunto de reglas que rigen la crítica y el reemplazo de un paradigma. Un paradigma es una teoría general, como la teoría de la evolución darwiniana, que ha logrado una aceptación general en la comunidad científica. El paradigma unifica las diversas especialidades que forman parte de la comunidad de investigación y guía la investigación en todas ellas. Así, los zoólogos, los botánicos, los genetistas, los biólogos moleculares y los paleontólogos todos ven a su investigación como apuntando a completar los detalles del paradigma darwiniano. Si los biólogos moleculares observan un patrón de mutaciones aparentemente neutrales y que no tiene ningún efecto aparente en la aptitud del organismo, deben encontrar una forma de reconciliar sus hallazgos con los requerimientos del paradigma, que la selección natural dirige la evolución. Pueden hacer esto postulando una cantidad suficiente de mutaciones adaptativas invisibles, que consideran que son acumuladas por la selección natural. De la misma forma, si los paleontólogos ven que nuevas especies fósiles aparecen repentinamente en el registro fósil y permanecen sin cambios de ahí en adelante, deben realizar todas las contorsiones que fueran necesarias para forzar esta evidencia recalcitrante dentro de un modelo de cambio incremental a través de la acumulación de micromutaciones.
Apoyar este paradigma hasta puede requerir lo que en otros contextos sería llamado decepción. Como admitió Niles Eldredge cándidamente, "Nosotros los paleontólogos hemos dicho que la historia de la vida apoya [la historia del cambio adaptativo gradual], sabiendo todo el tiempo que no era así."{1} Eldredge explicó que este patrón de representación errónea ocurrió debido a "la certeza tan característica de las filas evolucionistas, desde 1940 en adelante, la seguridad completa no sólo de que la selección natural opera en la naturaleza sino que sabemos precisamente cómo funciona". Esta certeza produjo un grado de dogmatismo que Eldredge dice resultó en el relegamiento a la "franja de lunáticos" a los paleontólogos que informaron que "habían visto algo fuera de foco entre la teoría evolucionista contemporánea, por un lado, y los patrones de cambio en el registro fósil, por el otro".{2} En estas circunstancias, los paleontólogos prudentes con toda razón se tragaron sus dudas y apoyaron la ideología reinante. Abandonar el paradigma sería abandonar la comunidad científica; ignorar el paradigma y sólo recolectar información sería ganarse el rótulo humillante de "coleccionista de estampillas".
Como han puntualizado muchos filósofos de la ciencia, la comunidad de investigadores no abandona un paradigma si no hay un reemplazante adecuado. Esto significa que la crítica negativa del darwinismo, por más devastadora que sea, es esencialmente irrelevante para los investigadores profesionales. El crítico podrá hacer notar, por ejemplo, que la evidencia de que la selección natural tiene algún poder creativo es entre débil y no existente. Eso es perfectamente cierto, pero para los darwinistas el punto más importante es éste: ¿Si la selección natural no fue la que creó, qué fue? "Dios" es obviamente inaceptable porque este tipo de ser no es conocido por la ciencia. "No sabemos" es inaceptable también, porque admitir ignorancia sería dejar a la ciencia a la deriva sin un principio rector. Para poner el problema en los términos más prácticos: es imposible escribir o evaluar una solicitud para un subsidio sin un marco teórico aceptado generalmente.
La regla del paradigma explica por qué el reconocimiento de Gould de que el neo-darwinismo está "efectivamente muerto" no tuvo ningún efecto significativo en los fieles darwinistas o ni siquiera en Gould mismo. Gould hizo esa declaración en un ensayo que predecía la aparición de una nueva teoría de la evolución, una basada en las especulaciones macromutacionales del genetista de Berkeley, Richard Goldshmidt.{3} Cuando la nueva teoría no apareció como se había anticipado, las alternativas eran, o bien quedarse con la versión de Ernst Mayr del neo-darwinismo o hacer la concesión de que los biólogos, después de todo, no conocen un mecanismo naturalista que pueda producir la complejidad biológica. Esa no era ninguna opción. Gould tuvo que emprender una retirada apresurada hacia el darwinismo clásico para evitar dar ayuda y consuelo a los enemigos del naturalismo científico, incluyendo a aquellos detestables creacionistas.
Tener que defender una teoría muerta con uñas y dientes difícilmente puede ser una actividad gratificante, y no es ninguna sorpresa que Gould estalla de ira contra gente como yo que resalta su aprieto.{4} No es mi intención ridiculizar a Gould, sin embargo, porque tengo un respeto genuinamente elevado por este hombre como uno de los pocos darwinistas que ha reconocido los principales problemas con la teoría y los ha reportado honestamente. Su tragedia es que no puede admitir las claras implicaciones de su propio pensamiento sin renunciar efectivamente a la ciencia.
La continuada supervivencia de la ortodoxia darwiniana ilustra el famoso punto de Thomas Kuhn, que la acumulación de anomalías por sí solo nunca convierte en falso un paradigma, porque "rechazar un paradigma sin sustituirlo por otro significa rechazar a la misma ciencia."{5} Esta práctica puede ser adecuada como una forma de llevar a cabo la empresa profesional denominada ciencia, pero puede ser muy engañosa cuando se lo impone sobre las personas que están haciendo preguntas que no son las que los naturalistas científicos quieren hacer. Supóngase, por ejemplo, que quiero saber si Dios realmente tuvo algo que ver con la creación de los organismos vivos. Una típica respuesta darwiniana sería que no hay ninguna razón para invocar una acción sobrenatural porque la selección darwiniana fue capaz de hacer el trabajo. Para evaluar esta respuesta necesito saber si la selección natural realmente tiene el fantástico poder creativo que se le atribuye. No es una respuesta suficiente decir que los científicos no tienen nada mejor para ofrecer. El hecho de que a los científicos no les gusta decir "no sabemos" no me dice nada acerca de lo que realmente saben.
No estoy sugiriendo que los científicos tienen que cambiar sus reglas acerca de retener o descartar paradigmas. Todo lo que quiero que hagan es que sean francos acerca de la evidencia no-confirmatoria y que admitan, si fuera el caso, que están colgados del darwinismo sólo porque prefieren una teoría temblorosa a no tener ninguna teoría. Lo que insisten en hacer, sin embargo, es presentar a la evolución darwiniana al público como un hecho que se espera que toda persona racional acepte. Si hay base razonable para dudar de la teoría, este dogmatismo es ridículo, tengan o no las personas que dudan una teoría mejor para proponer.
Para los que creen en la creación, los darwinistas parecen completamente intolerantes y dogmáticos cuando insisten que su propia filosofía debe tener un monopolio en las escuelas y en los medios. Los darwinistas no se ven de esa forma, por supuesto. Por el contrario, muchas veces se sienten agraviados cuando los creacionistas (tanto en el sentido amplio como en el sentido estrecho) piden que sus propios argumentos sean oídos en público y considerados equitativamente. Insistir que a los alumnos de la escuela se les enseñe que la evolución darwiniana es un hecho es, en sus mentes, simplemente proteger la integridad de la educación científica; presentar el otro lado del caso sería permitirles a los fanáticos que fuercen su opinión sobre otros. Aun a los profesores secundarios se les ha prohibido que expresen sus dudas acerca de la evolución darwiniana en el aula, y parece ser una creencia muy aceptada que la Constitución no sólo permite, sino que de hecho requiere tales restricciones a la libertad académica. Para explicar esta situación extraña debemos definir nuestro cuarto término: religión.
Supóngase que un escéptico arguye que la evidencia para la creación biológica mediante la selección natural obviamente falta y que, dadas las circunstancias, deberíamos dar una consideración seria a la posibilidad de que el desarrollo de la vida requirió alguna participación de un creador preexistente y con propósito. Para los naturalistas científicos esta sugerencia es "creacionista" y, por lo tanto, inaceptable por principio, porque invoca una entidad desconocida por la ciencia. Lo que es peor, sugiere la posibilidad de que el creador puede haberse comunicado de alguna forma con los humanos. En este caso podría haber personas-profetas reales con un conocimiento genuino de Dios que no son ni fraudes ni soñadores. Estas personas podrían ser imaginablemente rivales peligrosos para los científicos como autoridades culturales.
La filosofía naturalista ha elaborado una estrategia para evitar que surja este problema: rotula al naturalismo como ciencia y al teísmo como religión. El primero entonces es catalogado como conocimiento y el segundo, como simple creencia. Esta distinción es de una importancia crítica porque sólo el conocimiento puede ser objetivamente válido para todos; la creencia es válida sólo para el creyente, y nunca debe hacerse pasar como conocimiento. El estudiante que cree que 2 más 2 es 5, o que el agua no está hecha de hidrógeno y oxígeno, o que la teoría de evolución no es verdadera, no está expresando el punto de vista de una minoría. El o ella es un/a ignorante, y la tarea de la educación es curar esa ignorancia y reemplazarla con conocimiento. De esta forma se les enseña a los alumnos en las escuelas públicas, desde una edad muy temprana, que "la evolución es un hecho" y, a medida que transcurre el tiempo, aprenderán gradualmente que la evolución significa naturalismo.
En resumen, la proposición de que Dios estuvo de alguna forma involucrado en nuestra creación queda efectivamente proscrita e implícitamente negada. Esto es porque la evolución naturalista está, por definición, en la categoría de conocimiento científico. Lo que contradice el conocimiento es implícitamente falso, o imaginario. Por eso es posible para los científicos naturalistas afirmar de buena fe por un lado que su ciencia no dice nada acerca de Dios y, por el otro, afirmar que han dicho todo lo que se puede decir acerca de Dios. En la filosofía naturalista ambas proposiciones son, en el fondo, la misma. Todo lo que necesita decirse acerca de Dios es que no hay nada para decir de Dios, porque sobre ese tema no podemos tener conocimiento.
Nuestro quinto y último término es la verdad. La verdad como tal no es un concepto tan particularmente importante en la filosofía naturalista. La razón para esto es que "verdad" sugiere un absoluto que no cambia, en tanto que el conocimiento científico es un concepto dinámico. Como la vida, el conocimiento evoluciona y crece hacia formas superiores. Lo que fue conocimiento en el pasado no es conocimiento hoy, y el conocimiento del futuro seguramente será muy superior a lo que tenemos ahora. Sólo el naturalismo mismo y la validez única de la ciencia como el camino hacia el conocimiento son absolutos. No puede haber ningún criterio para la verdad fuera del conocimiento científico, ninguna mente de Dios a la que tengamos acceso.
Esta forma de entender las cosas persiste aun cuando los naturalistas científicos utilicen un lenguaje que suena a religioso. Por ejemplo, el físico Stephen Hawking finalizó su famoso libro A Brief History of Time (Una Breve Historia del Tiempo) con la predicción de que el hombre algún día "podría conocer la mente de Dios." Esta frase hace que algunos amigos míos se formen la impresión errónea de que él tenía alguna atracción hacia la religión teísta. En el contexto, sin embargo, Hawking no estaba refiriéndose a algún ser eterno sobrenatural, sino a la posibilidad de que el conocimiento científico eventualmente se volviera completo y que lo abarcara todo porque habrá explicado el movimiento de las partículas materiales en todas las circunstancias.
El monopolio por parte de la ciencia en la esfera del conocimiento explica por qué los biólogos evolucionistas no le encuentran el sentido a enfrentar la pregunta de si la teoría darwiniana es verdadera. Con gusto harán la concesión de que su teoría está incompleta y que se requiere más investigación sobre los mecanismos de la evolución. Sin embargo, en cualquier punto del tiempo la teoría reinante de la evolución naturalista representa el estado del conocimiento científico acerca de cómo llegamos a existir. El conocimiento científico es, por definición, la aproximación más cercana a la verdad absoluta que tenemos disponible. Preguntarnos si este conocimiento es verdadero, por lo tanto, es no entender, es mostrar una mala comprensión de "cómo funciona la ciencia."
Hasta aquí he descripto las categorías metafísicas mediante las cuales los naturalistas científicos han excluido el tema de Dios de la discusión racional y, de esa forma, se han asegurado que la historia de la creación completamente naturalista del darwinismo es efectivamente verdadera, por definición. No hay ninguna necesidad de explicar por qué los ateos encuentran afín este sistema de control del pensamiento. Lo que es algo más difícil de explicar, al menos al principio, es el fuerte apoyo que el darwinismo sigue teniendo en el mundo académico cristiano. Los intentos de investigar la credibilidad del darwinismo son mirados con poco entusiasmo por mucho de los principales profesores de ciencia y filosofía, aun en instituciones que son consideradas generalmente como conservadoras en teología. Dado que el darwinismo es inherentemente naturalista y, por lo tanto, antagónico a la idea de que Dios tuvo algo que ver con la historia de la vida, y que juega un papel fundamental en asegurar la dominación agnóstica de la cultura intelectual, uno hubiera supuesto que los intelectuales cristianos (junto con los judíos religiosos) estarían ansiosos por descubrir sus puntos débiles.
En cambio, la visión que prevalece entre los profesores cristianos ha sido que el darwinismo - o "la evolución", como tienden a llamarlo - es imbatible, y que puede ser interpretado en forma consistente con la fe cristiana. Y de hecho el darwinismo es imbatible en tanto y en cuanto uno acepte las categorías de pensamiento del naturalismo científico que he estado describiendo. El problema es que algunas de esas categorías de pensamiento hacen que el teísmo cristiano, o cualquier otro teísmo, sea completamente insostenible. Si la ciencia tiene la autoridad exclusiva para decirnos cómo fue creada la vida, y si la ciencia está comprometida con el naturalismo, y si la ciencia nunca descarta un paradigma hasta que se le presente una alternativa naturalista aceptable, entonces la posición del darwinismo es inexpugnable dentro de la ciencia. El mismo razonamiento que hace al darwinismo inevitable, sin embargo, le prohibe a Dios tomar ninguna acción dentro de la historia del Cosmos, lo cual significa que hace al teísmo ilusorio. El naturalismo teísta se contradice a sí mismo.
Algunos esperan poder evitar la contradicción diciendo que el naturalismo rige sólo dentro del dominio de la ciencia y que hay una esfera separada llamada "religión" en la que el teísmo puede florecer. El problema con este arreglo, como ya hemos visto, es que en una cultura naturalista las conclusiones científicas son consideradas como conocimiento, o aun hechos. Lo que esta fuera de los hechos es fantasía o, a lo sumo, creencia subjetiva. Los teístas que se acomodan con el naturalismo científico, por lo tanto, nunca pueden afirmar que su Dios es real en el mismo sentido que la evolución es real. Esta regla es esencial para todo el esquema mental que produjo el darwinismo en primer lugar. Si Dios existe Él podría seguramente trabajar a través de la mutación y la selección si eso fuera lo que Él quisiera hacer, pero también podría crear por algún medio completamente fuera de nuestros conocimientos de la ciencia. Una vez que lo colocamos a Dios en el cuadro, sin embargo, no hay ninguna buena razón para atribuir la creación de la complejidad biológica a la mutación aleatoria y a la selección natural. La evidencia directa de que estos mecanismos tienen poder creativo sustancial no se encuentra en la naturaleza, en el laboratorio o en el registro fósil. Un paso esencial en el razonamiento que establece que la selección darwiniana creó las maravillas de la biología, por lo tanto, es que no había otra cosa disponible. El teísmo es, por definición, la doctrina de que había otra cosa disponible.
Tal vez sea difícil de ver la contradicción cuando se lo plantea en un nivel abstracto, así que les voy a dar un ejemplo concreto. Las personas que abogan por una posición de compromiso llamada "evolución teísta" son, en mi experiencia, siempre imprecisas sobre lo que quieren decir con la "evolución". Tienen buenas razones para ser imprecisos. Como hemos visto, la evolución darwinista es, por definición, no-guiado y sin propósito, y ese tipo de evolución no puede ser, en ningún sentido, teísta. Para que la evolución sea genuinamente teísta debe ser guiada por Dios, sea que Dios haya programado el proceso anteriormente o que haya intervenido de tiempo en tiempo para darle un empujón en el sentido correcto. Para los darwinistas la evolución guiada por Dios es una forma blanda del creacionismo, lo cual equivale a decir que no es evolución para nada. Para decirlo de nuevo, esta comprensión va al mismo corazón del pensamiento darwinista. Dejen que una inteligencia sobrenatural preexistente guíe la evolución y este ser omnipotente puede hacer muchísimo más que eso.
Por supuesto, los teístas pueden pensar en la evolución como guiada por Dios sea que a los darwinistas naturalistas les guste o no. El problema con tener una definición privada para los teístas, sin embargo, es que los naturalistas científicos tienen el poder de decidir qué significa el término "evolución" en el discurso público, incluyendo las clases de ciencia en las escuelas públicas. Si los evolucionistas teístas difunden el mensaje de que la evolución como ellos la entienden es inocua para la religión teísta, están confundiendo a sus seguidores, a menos que agreguen una advertencia clara que la versión de la evolución apoyada por todo el cuerpo principal de la ciencia es algo completamente distinto. Sin embargo, esta advertencia nunca se da claramente porque el punto principal de la evolución teísta es preservar la paz con la comunidad científica principal. Por lo tanto, los evolucionistas teístas están sin querer al servicio de los propósitos de los naturalistas científicos al ayudar a persuadir a la comunidad religiosa para que baje su guardia ante la incursión del naturalismo.
Estamos ahora en condiciones de contestar la pregunta con la que empezó el discurso. ¿Qué es el darwinismo? El darwinismo es una teoría de la ciencia empírica sólo en el nivel de la microevolución, donde provee el marco para explicar cosas como la diversidad que aparece cuando pequeñas poblaciones se vuelven aisladas reproductivamente del cuerpo principal de la especie. Como una teoría general de la creación biológica el darwinismo no es para nada empírico. Más bien, es una implicación necesaria de una doctrina filosófica llamada naturalismo científico que se basa en el supuesto a priori de que Dios siempre estuvo ausente de la esfera de la naturaleza. Como tal, la evolución en el sentido darwiniano es inherentemente antitética al teísmo, aunque la evolución en algún sentido completamente diferente y no-naturalista podría ser concebiblemente la forma elegida por Dios para la creación.
En 1874, el gran teólogo presbiteriano Charles Hodge hizo la pregunta que he hecho. ¿Qué es el darwinismo? Luego de una evaluación cuidadosa y completamente objetiva de la doctrina su respuesta fue inequívoca: "Es ateísmo." Otra forma de plantear esta proposición es decir que el darwinismo es la respuesta a una pregunta específica que surge del naturalismo filosófico. Para volver al juego de "Peligro" con el que comenzamos, digamos que el darwinismo es la respuesta. ¿Cuál entonces es la pregunta? La pregunta es: "¿Cómo puede haber ocurrido la creación si suponemos que Dios no tuvo nada que ver?" Los evolucionistas teístas logran muy poco al tratar de cristianizar la respuesta a una pregunta que sale directamente de la agenda del naturalismo científico. Lo que tenemos que hacer, en cambio, es cuestionar el presupuesto de que las únicas preguntas que valen la pena hacer son aquellas que suponen que el naturalismo es verdadero.
{1}Niles Eldredge, Time Frames (Heinemann, 1986), 144
{2}Ibid., 93
{3}Stephen Jay Gould, "Is a New and General Theory of Evolution Emerging?" Paleobiology, 6 (1980), 119-130, impreso nuevamente en Maynard Smith, ed., Evolution Now: A Century After Darwin (W. H. Freeman, 1982).
{4}Ver Stephen Jay Gould, "Impeaching a Self-Appointed Judge," Scientific American, (July 1992), 118-122. Scientific American se rehusó a publicar mi respuesta a este ataque, pero la respuesta sí apareció en el número de marzo de 1993 de Perspectives on Science and Christian Faith, la publicación de la American Scientific Affiliation.
{5}Thomas S. Kuhn, The Structure of Scientific Revolutions 2d ed., (Chicago: University of Chicago Press, 1970), 79
Traducción: Alejandro Field
© Copyright 1992, Phillip E Johnson.
Este artículo fue presentado originalmente en un simposio en Hillsdale College, en noviembre de 1992. Las ponencias del simposio fueron publicadas en la colección "Man and Creation: Perspectives on Science and Theology" (Bauman ed. 1993), Hillsdale College Press, Hillsdale MI 49242