Erwin Lutzer se graduó en Dallas Theological Seminary (Th.M.) y Loyola University (M.A., Ph.D. en Filosofía). Fue profesor de Teología en Moody Bible Institute desde 1977 a 1980, y ahora es el Pastor Principal de la famosa Moody Church de Chicago. Es miembro del Evangelical Theological Society y autor de dieciséis libros, incluyendo Measuring Morality: A Comparison of Ethical Systems (de donde se condensó este artículo). Este libro es publicado por Probe.
Louis D. Whitworth es el ex redactor principal de Probe Ministries, y está afiliado actualmente a Christian Information Ministries. Se graduó de Northeast Louisiana University (B.A., Sociología e Inglés, y M.A., Inglés) y de Dallas Theological Seminary (Th.M., Teología Pastoral). Antes de incorporarse a Probe, Lou enseñó literatura y composición inglesa a nivel universitario y sirvió en Campus Crusade for Christ en el ministerio a los militares así como en el ministerio a los solteros. Es autor del fascículo de Probe, Literature Under the Microscope: A Christian Look at Reading
Editado y condensado por Lou Whitworth
Al evaluar los sistemas éticos, podemos perdernos en un laberinto de sistemas, detalles y terminología. Este tipo de argumentación no lleva a ningún lado, arroja poca luz sobre el tema y polariza a las personas en campos opuestos. Una forma útil de analizar este tema es hacer una pregunta básica que dejará en claro los supuestos que subyacen en los distintos puntos de vista. Esa pregunta podría formularse de la siguiente forma: “¿Qué hace que una acción sea buena o mala en este sistema?”.
Cuando se hace la pregunta: “¿Qué hace que una acción sea buena o mala?”, una categoría de respuesta será: “La cultura”. Es decir, la cultura determina lo que está bien y lo que está mal; todo lo que un grupo cultural apruebe, está bien, y todo lo que el grupo desapruebe, está mal.
Esta es la posición ética conocida como relativismo cultural. Hay varios ingredientes clave que constituyen este punto de vista.
1. Cultura y costumbre – En el relativismo cultural, las normas morales son el resultado de la historia y la experiencia común del grupo que, con el tiempo, se convierten en formas de creencia y acción incorporadas a la cultura; por ejemplo, usos, buenas costumbres, costumbres tradicionales.
2. Cambio – Dado que las experiencias del grupo cambian con el paso del tiempo, entonces las costumbres cambiarán, naturalmente, como reflejo de estas nuevas experiencias.
3. Relatividad – Lo que está bien (normal) en una cultura puede estar mal (anormal) en otra, ya que diferentes formas de moralidad evolucionaron en diferentes lugares como resultado de diferentes experiencias de adaptación cultural. Por lo tanto, no hay principios fijos o absolutos.
4. Conciencia – El relativismo cultural sostiene que nuestras conciencias son el resultado de nuestra formación en la infancia y las presiones de nuestro grupo o tribu. Nuestras conciencias han sido entrenadas para decirnos lo que nuestra cultura quiere que nos digan.
Al intentar evaluar el relativismo cultural, algunas cosas deben quedar en claro. Primero, es bastante obvio que hay muchas cosas que todos podemos aprender de otras culturas. Ninguna cultura tiene el monopolio de la sabiduría, la virtud o la racionalidad. Segundo, solo porque tal vez hagamos las cosas de cierta forma no significa que nuestra forma sea la mejor o la forma más moral de hacer aquellas cosas.
Habiendo dicho esto, sin embargo, hay algunos problemas que enfrenta el relativismo cultural. Primero, no alcanza con decir que la moral se originó en el mundo y que está evolucionando constantemente. El relativismo cultural necesita contestar cómo el valor se originó del no valor; es decir, ¿cómo surgió el primer valor?
Segundo, el relativismo cultural parece sostener como valor esencial que los valores cambian. Pero, si el valor mismo de que los valores cambian es invariable, entonces esta teoría afirma como un valor invariable que todos los valores cambian y progresan. Por lo tanto, la posición se contradice a sí misma.
Tercero, si no hay valores absolutos que existan transculturalmente o externamente al grupo, ¿cómo podrán llevarse bien las diferentes culturas cuando chocan los valores? ¿Cómo deben manejar este tipo de conflictos?
Cuarto, ¿dónde obtiene el grupo, la tribu o la cultura su autoridad? ¿Por qué no pueden los individuos asumir esa autoridad?
Quinto, la mayoría de nuestros héroes y heroínas han sido personas que fueron valientemente contra la cultura y justificaron sus acciones al apelar a una norma superior. Según el relativismo cultural, este tipo de personas siempre está moralmente equivocado.
Finalmente, el relativismo cultural supone la evolución física humana así como su evolución social.
Al formular la pregunta: “¿Qué hace que una acción sea buena o mala?”, otra respuesta que uno escucha es que “el amor” es el principio determinante. Esta es la base de la ética de la situación, un sistema popularizado por Joseph Fletcher.
Fletcher cree que hay tres enfoques para tomar decisiones morales. La primera es la que llama “legalismo”, que define como “reglas y normas”. Él rechaza este sistema porque se preocupa más por la ley que por las personas.
Fletcher dice que el segundo enfoque de la moralidad es el antinomianismo, que significa “contra la ley”. Los antinomianistas rechazan toda regla, ley y principio con relación a la moralidad, y no ven ninguna base para determinar si las acciones son morales o inmorales. Fletcher rechaza el antinomianismo porque no considera las demandas del amor.
La tercera opción, que es la opción personal de Fletcher, es el situacionismo. Suele llamarse ética de la situación, o nueva moral. Está a favor de un camino medio entre el legalismo y el antinomianismo.
La primera premisa del situacionismo es que el amor es el único árbitro de la moral en cualquier situación. Esto significa que, bajo ciertas condiciones, hacer una cosa con amor podría requerir que quebrantemos las reglas o mandamientos de la moral porque son solo contingentes, en tanto que el amor es el absoluto invariable.
Segundo, el situacionismo sostiene que el amor debería definirse en términos utilitarios. Esto significa que una acción, para ser hecha verdaderamente con amor, debe ser juzgada según si contribuye o no al mayor bien para la mayor cantidad de gente.
Tercero, el situacionismo se ve forzado a aceptar el punto de vista de que el fin justifica los medios. El problema aquí es que el fin en mente suele ser elegido arbitrariamente por la persona que actúa. Esta postura, por supuesto, abre la puerta a todo tipo de brutalidad y abuso.
El sistema ético conocido como situacionismo está sujeto a varias críticas serias. La primera es que el amor, según lo define Fletcher, no sirve para tomar decisiones morales porque todos podrán tener una opinión diferente de lo que es hacer algo con amor o sin amor en una situación dada. Lo cierto es que el amor, sin un contenido ético, no tiene sentido y, sin reglas, (o principios, o mandamientos) el amor es incapaz de dar ninguna guía para tomar decisiones morales. De hecho, no es el amor el que guía muchas de las decisiones de Fletcher para nada, sino las preferencias personales preconcebidas.
Una segunda crítica del situacionismo es que, en un sistema moral basado en las consecuencias de nuestras acciones, tenemos que poder predecir aquellas consecuencias de antemano si queremos saber si estamos actuando moralmente o no.
Podríamos comenzar con las mejores de las intenciones, pero si nuestra predicción de las consecuencias deseadas no se cumple, hemos cometido un acto inmoral, a pesar de nuestras buenas intenciones. Y ahora comenzamos a ver la enormidad del dilema del situacionista: (1) calcular la miríada de resultados posibles para cada una de las posibilidades éticas antes de tomar las decisiones necesarias, y luego (2) escoger el mejor de los cursos de acción. Este tipo de cálculos son imposibles, con lo cual hacen que la vida moral sea imposible.
Cuando se le formula la pregunta: “¿Qué hace que una acción sea buena o mala?” al naturalista, la respuesta que uno recibe es: “Todo lo que es, está bien”. Para ver cómo llegamos a este punto, debemos analizar cómo surgieron el naturalismo y el conductismo como reacción al dualismo.
La filosofía del dualismo sostiene que hay dos sustancias principales en el universo: la materia y la mente (o el alma y el espíritu). Estas dos sustancias se corresponden con el aspecto material e inmaterial de la vida y la realidad humana. Esta creencia va tan atrás como Platón, y es compatible con la cosmovisión cristiana.
Cuando apareció Descartes, adhirió al concepto de que la materia y la mente (o espíritu) son diferentes, pero con el tiempo llegó a aseverar que la materia y la mente (espíritu) son tan distintos que no tienen ninguna propiedad en común y no pueden influenciarse mutuamente. Esto llevó a lo que se conoce como el problema de la mente-cerebro, a saber: si la mente y el cuerpo (materia) no pueden interactuar, ¿cómo explicamos el hecho que la mente parece afectar al cuerpo y que el cuerpo parece afectar la mente?
Mientras los filósofos y científicos reflexionaban sobre este dilema, las implicaciones crecientes del descubrimiento de la ley de gravedad por Newton parecieron complicar aún más las cosas. Dado que la observación y los cálculos matemáticos revelaban que todos los cuerpos (incluyendo los cuerpos humanos) están sujetos a las mismas leyes, aparentemente inquebrantables, la existencia de la mente (o espíritu) se volvió cada vez más difícil de sostener. En consecuencia, algunos filósofos pensaron que era mucho más simple pensar en una única sustancia en el universo.
Por lo tanto, el dualismo (que significa dos sustancias: materia y mente) perdió atractivo popular y el naturalismo o materialismo (que significa una sola sustancia, la materia) cobró importancia. Si hay solo una sustancia en el universo, entonces todas las partículas de materia están interrelacionadas en una secuencia causal, y el universo –incluyendo los humanos– debe ser una gigantesca computadora controlada por fuerzas físicas ciegas. En consecuencia, según el naturalismo, los humanos son meros engranajes de la máquina. No podemos actuar sobre el mundo; más bien, el mundo actúa sobre nosotros. En un mundo así, la mente no es más que el subproducto del cerebro, así como el murmullo es un subproducto del arroyo. Por lo tanto, la libertad es una ilusión y, en rigor, no existe moral alguna.
El conductismo surgió del naturalismo, y es una extensión de él. Una forma de conductismo se denomina sociobiología, una teoría de que la moral está arraigada en nuestros genes. Es decir, todas las formas de vida existen exclusivamente para servir los propósitos del código de ADN. Según la sociobiología, la fundamentación última de la existencia de una persona es la preservación o el progreso de los genes de esa persona.
La forma de conductismo más conocida viene de B. F. Skinner. Él dijo que somos lo que somos en gran parte por nuestro entrenamiento y condicionamiento ambiental.
Cuando recordamos que ambas forma de conductismo están fundadas en el naturalismo, las implicaciones son las mismas: el hombre es una máquina; todas nuestras acciones son el producto de fuerzas que están más allá de nuestro control, y no poseemos ninguna dignidad especial en el universo. Por lo tanto, en realidad el conductismo no propone una teoría de la moral sino que termina en la antimoral.
En el pensamiento ético moderno, se ha dado una respuesta inusual a la pregunta: “¿Qué hace que una acción sea buena o mala?”. La respuesta es: “Nada es literalmente bueno o malo: estos términos son simplemente la expresión de la emoción y, como tales, no son ni verdaderos o falsos”. Esta es la respuesta de la ética emocional.
Esta teoría de la moral se originó con David Hume y su creencia de que el conocimiento está limitado a las impresiones de los sentidos. Más allá de las impresiones de los sentidos, nuestro conocimiento no tiene fundamento. ¿Qué diferencia hace una teoría como ésta? Convierte a toda conversación sobre Dios, el alma o la moral en un imposible, porque el verdadero conocimiento está limitado a los fenómenos observables por nuestros sentidos físicos. La discusión de fenómenos no observables por nuestros sentidos físicos se considera como algo que pertenece al mundo de la metafísica, un mundo que no puede ser tocado, sentido, visto, oído u olido.
¿Qué podemos saber si nuestro conocimiento está limitado a nuestra experiencia de los sentidos? Hume decía que todo lo que podemos conocer son cuestiones relacionadas con hechos. Solo podemos hacer afirmaciones verificables objetivamente, como: “Ese cuervo es negro” o “El libro está sobre la mesa”. Por otra parte, no podemos, en su sistema, hacer afirmaciones como: “Robar es malo”. Ni siquiera podemos decir: “El asesinato es malo”. ¿Por qué? Porque el concepto de “malo” no es una observación objetiva y no puede ser verificado empíricamente. De hecho, es una afirmación que no tiene sentido, y es meramente una expresión de la preferencia personal. En realidad, solo estamos diciendo: “No me gusta robar” y “Me desagrada asesinar”. Está en la categoría de decir: “Me gustan los tomates”. Otra persona podría decir: “No me gustan los tomates”, sin que haya una contradicción objetiva, porque solo es una afirmación de dos preferencias personales diferentes.
En resumen, la ética de la emoción sostiene que es imposible tener una discusión racional sobre la moral. Esto se debe a que las afirmaciones éticas no pueden ser analizadas, porque no cumplen con los criterios de las afirmaciones científicas; es decir, no son afirmaciones de observación. Por lo tanto, en el emotivismo, todas las acciones son moralmente neutrales.
Pensándolo bien, el emotivismo es menos devastador de lo que parece a primera vista. Para empezar, los emotivistas nunca pueden decir que otro sistema ético está errado; solo pueden sugerir que no les gusta o prefieren otros sistemas. De igual modo, no pueden decir que deberíamos aceptar sus puntos de vista. El emotivisimo, por lo tanto, nos permite –de acuerdo con sus propios principios– rechazar esta teoría.
Segundo, a menos que los emotivistas brinden algún criterio racional para tomar decisiones morales, deben permitir la anarquía moral. Su única objeción a la moral terrorista sería: “No me gusta”.El emotivista, en consecuencia, queda sin ninguna razón para juzgar u oponerse a un dictador o a un terrorista.
Tercero, la tesis del emotivismo de que la discusión racional de la moral es imposible es falsa. Su supuesto de que las únicas pronunciaciones significativas son afirmaciones de observación objetiva es una de las fallas filosóficas básicas del emotivismo, ¡y no puede ser verificada objetivamente! No encaja en el modelo de “el cuervo es negro” propuesto por los emotivistas mismos. La moral queda abierta a la discusión racional. Las limitaciones arbitrarias del emotivismo al lenguaje no pueden sostenerse.
Anteriormente consideramos cuatro sistemas de ética –relativismo cultural, situacionismo, conductismo y emotivismo– que, de una forma u otra, se autodestruyen, destruidos finalmente por sus propios principios, arbitrariamente escogidos.
Ahora debemos reexaminar la ética tradicional: la ética judeocristiana, basada en la revelación, es decir, la Biblia.
1. La revelación moral de Dios está basada en su naturaleza.
Dios está aparte de todo lo que existe, está libre de toda imperfección y limitación, y es su propia norma. No existe ninguna regla moral fuera de Él. La santidad, la bondad y la verdad y, por cierto, toda la moral bíblica, están arraigadas en la naturaleza de Dios.
2. El hombre es un ser moral único.
El cuadro bíblico de la humanidad difiere marcadamente de las versiones humanistas de la humanidad. Solo nosotros fuimos creados a la imagen de Dios y poseemos al menos cuatro cualidades que nos distinguen de los animales: personalidad, capacidad para razonar, naturaleza moral y naturaleza espiritual.
3. Los principios morales de Dios tienen continuidad histórica.
Si la revelación moral de Dios está arraigada en su naturaleza, está claro que esos principios morales trascenderán al tiempo. Si bien las órdenes específicas podrán cambiar de una época a otra, los principios se mantienen constantes.
4. La revelación moral de Dios tiene valor intrínseco.
Las normas de Dios, así como las leyes de la naturaleza, tienen consecuencias incorporadas. Así como tenemos que tratar con las leyes de la naturaleza, con el tiempo tendremos que tratar con las consecuencias de violar las normas de Dios, a menos que pongamos nuestra fe en Cristo, que asumió las consecuencias de nuestra desobediencia por medio de su muerte en la cruz.
5. La ley y el amor están armonizados en las Escrituras.
En la revelación bíblica, el amor y la ley no son mutuamente excluyentes, sino están armonizados. El amor cumple la ley. Si amamos a Dios, querremos guardar sus mandamientos.
6. La obediencia a la ley de Dios no es legalismo.
La Biblia habla fuertemente contra el legalismo, ya que la moral bíblica es mucho más que la obediencia externa a un código moral. Nadie puede cumplir con las normas de Dios sin el poder del Espíritu Santo, que lo capacita para hacerlo, porque somos juzgados por nuestras actitudes y motivaciones, y no solo por el desempeño externo.
7. La revelación moral de Dios fue dada por nuestro bien.
Si bien a corto plazo puede parecer a veces que las normas bíblicas son demasiado restrictivas, podemos estar seguros de que ese tipo de directivas son para nuestro bien, debido al amor de Dios por nosotros. Después de todo, a largo plazo Dios tiene el mejor criterio, ya que por su omnisciencia puede calcular todas las consecuencias.
8. Las excepciones a la revelación de Dios deben tener una sanción bíblica.
La moral bíblica no está basada en calcular las consecuencias, ya que solo Dios puede hacer eso perfectamente. Nuestra responsabilidad es obedecer; la de Dios, encargarse de las consecuencias.
9. El "debería” no siempre implica el “podría”
Según la Biblia, no cumplimos –y no podemos cumplir– con lo que sabemos que está bien. Sin embargo, Dios no se burla de nosotros, porque nos dejó una salida. Hizo planes para nuestras debilidades y fracasos, porque la muerte de Cristo en la cruz por nosotros satisfizo sus requisitos morales.
Entonces, ¿qué hace que una acción sea buena o mala? La respuesta es: la voluntad revelada de Dios en la Biblia.
Traducción: Alejandro Field
© 1995 Probe Ministries